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Resulta que al final del día soy el mismo estúpido que te espera en la Plaza del Congreso. Yo ya no se como seguirte el ritmo, los pasos y tu altanería.

Yo sé que desbordas de pasión por el ¿mundo? pero no lográs contagiarme. Y eso te pone mal, te enojas, te mordes los labios con fuerza y no queres llorar frente a mí. Y yo te observo en silencio, como un espectador conforme en el Teatro San Martín al que alguna vez tuve que concurrir.
Yo no te puedo ayudar, no busco una vida mejor ni un mundo mejor para hijos que quizá nunca tendré y no me interesan tus violentos altercados con la vida y vos misma. No sé a donde pasas tantas horas lejos de mí, pero si se que volves. Me mata de ternura verte desfallecer por lo inpensado. Cuando vos llegaste me enseñaste a vivir.

O silencio das estrelas